domingo, 18 de marzo de 2012

Maribel, Martica o Mariana

Obra De Hernan Vigna.

Ella bajaba todas las noche por la carrera ocho, era una belleza, rubia, de carita redonda y ojos pequeñitos, su cuerpo era sensual, sí que era sensual, Maribel, Martica o  Mariana algo así se llamaba, un par de veces la seguí pero al llegar a la Murillo cruzaba y tomaba un bus que me dejaba mirarla largarse sin poder yo ponerle freno. Alguna vez para evitar que me viera me escondí en las sombras de la esquina de la Murillo con la ocho, un par de tombos se detuvieron a requisarme y me preguntaron que qué hacía ahí, tuve que decirles que perseguía a mi “novia” se rieron de mí y se largaron, volví a mi casa con la sensación de haberla perdido nuevamente.

La amaba, aunque nunca le dije nada, aunque solo la veía pasar solitaria por la calle meneándose al son de la Ponceña, ¡canta al amor! ¡canta al amor! yo cantaba al amor con la fuerza de mis vísceras, viendo subir a Martica, Maribel o Mariana, todas las noche, con su cabello rubio a medio recoger, sus pequeños ojitos, su carita redondita, ¡la amaba! la amaba y me imagina que algún día voltearía a verme y me diría –vamos pelao ¿qué haces ahí?- pero Peyo siempre se reía de mi cuando le contaba esto, él me decía que yo era un pendejo iluso, que esa vieja jamás  me miraría, que quién me creía yo, que las hembras jamás se rebajan ante un hombre, eso me decía Peyo que sabía bien de mujeres, él había tenido como tres novias, él sabía mucho de mujeres, fue quien me dijo que la  nena se llamaba así, Maribel, Martica o  Mariana, que tenía cara de llamarse así, Maribel, Martica o  Mariana, yo le creía, él ya había tenido tres novias, me dijo que me le lanzara, que me le fuera encima y le dijera que me gustaba, pero yo no quería, la nena podía pensar que era un acosador, seguro no confiaría en el desconocido de la esquina de la ocho, si esa nena se veía bien zanahoria e inocente.

Hubo un tiempo en que no la volví a ver, me tocaba recogerme temprano de las calles porque habían amenazas sobre darle balín a los pelaos del barrio que no se acostaran temprano, a Edgardito disque lo pillaron, eso decía todo el mundo en el barrio porque él estaba perdido, pero es que el hijueputa era mucha pecueca, las vainas se volvieron a calmar y nuevamente nos parchábamos en la esquina, y yo mirando la calle cómo si de ella esperara respuesta no la volví a ver pasar por ahí, ¿la habría devorado la mano negra con el implacable golpe de un tiro en la cabeza? Se me erizaban los pelos de solo pensar en la posibilidad, varías veces recorrí las calles buscando sus pequeñitos ojos en el cano pavimento nocturno, bajo la mancha sombría de los arboles, devoré el cemento durante mucho tiempo mientras me  resignaba tristemente, vale que no vuelve me dijo Peyo, mañana Sábado es la fiesta de Alfonso, allá consigue una buena hembra, no le dé mente a la mona, pero fíjese el que si apareció fue el Edgardito, el pendejo disque se fue a vivir a la casa de su tío favorito al norte, pero la mamá disque no quiso decir nada pa’ que no lo fuéramos a buscar, sabes que él andaba en la lista de la mano negra, a ese seguro si nos lo pillamos allá.

Decidí hacerle caso a Peyo y pillamos pa’ la fiesta, hombre si Alfonso era un pelao bien relacionado, vivía pal norte, por allá hay nenas buenas, unas monitas muy bacanas, muy finas, debía mentirles pa’ poder levantar una esa noche, así que pillé la pinta mas buena que estrené en Diciembre  e iba a meter la carreta de que  ya estaba en la Universidad, yo sabía que tocaba mentir, yo había tratado siempre de ser honesto y las viejas siempre me abrían, es que nadie quiere a un honesto sin gloria.

 Llegamos a la fiesta y sí que estaba llena de hembras buenas, mamacitas, muy bacanas las pelas, ya estaba yo echándole ojo a una y por allá estaba Edgardito, ve que lo pillé con una mona, ¡maldita sea! No era una mona cualquiera, era la mona, sí, Maribel, Martica o  Mariana, era ella colgada del cuello de Edgardito, !el muy perro ese! y se besaban, ¡qué mierda! Le mordía el labio, así que le gustaban los hijueputas, así que le gustaban los marihuaneros,  eso le gustaba a la muy pendeja, los traquetos viciosos, los pecuecas, pues tenga que  le voy a enseñar, ahora sí que le haré caso a Peyo me le voy encima... y así lo hice y le agarré  el culo delante de todos en la fiesta, delante de Edgarito quien me partió la cara y me daba patadas, ahí mas na’ recuerdo, amanecí en mi casa y me levante adolorido pero con el placer de haberle metido mano a la hembra, ¡maldita sea! Me dolía la nariz, me miré al espejo y así fue todo, ya yo no tenía el tabique. 


Por: Carlos Gómez S.