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Obra De Hernan Vigna. |
Ella bajaba todas las noche por
la carrera ocho, era una belleza, rubia, de carita redonda y ojos pequeñitos,
su cuerpo era sensual, sí que era sensual, Maribel, Martica o Mariana algo así se llamaba, un par de veces
la seguí pero al llegar a la Murillo cruzaba y tomaba un bus que me dejaba
mirarla largarse sin poder yo ponerle freno. Alguna vez para evitar que me
viera me escondí en las sombras de la esquina de la Murillo con la ocho, un par
de tombos se detuvieron a requisarme y me preguntaron que qué hacía ahí, tuve
que decirles que perseguía a mi “novia” se rieron de mí y se largaron, volví a
mi casa con la sensación de haberla perdido nuevamente.
La amaba, aunque nunca le dije
nada, aunque solo la veía pasar solitaria por la calle meneándose al son de la Ponceña, ¡canta al amor! ¡canta al amor! yo cantaba al amor con la fuerza de
mis vísceras, viendo subir a Martica, Maribel o Mariana, todas las noche, con su
cabello rubio a medio recoger, sus pequeños ojitos, su carita redondita, ¡la
amaba! la amaba y me imagina que algún día voltearía a verme y me diría –vamos pelao
¿qué haces ahí?- pero Peyo siempre se reía de mi cuando le contaba esto, él me decía
que yo era un pendejo iluso, que esa vieja jamás me miraría, que quién me creía yo, que las
hembras jamás se rebajan ante un hombre, eso me decía Peyo que sabía bien de
mujeres, él había tenido como tres novias, él sabía mucho de mujeres, fue quien
me dijo que la nena se llamaba así, Maribel,
Martica o Mariana, que tenía cara de
llamarse así, Maribel, Martica o Mariana,
yo le creía, él ya había tenido tres novias, me dijo que me le lanzara, que me
le fuera encima y le dijera que me gustaba, pero yo no quería, la nena podía
pensar que era un acosador, seguro no confiaría en el desconocido de la
esquina de la ocho, si esa nena se veía bien zanahoria e inocente.
Hubo un tiempo en que no la volví
a ver, me tocaba recogerme temprano de las calles porque habían amenazas sobre
darle balín a los pelaos del barrio que no se acostaran temprano, a Edgardito
disque lo pillaron, eso decía todo el mundo en el barrio porque él estaba perdido,
pero es que el hijueputa era mucha pecueca, las vainas se volvieron a calmar y
nuevamente nos parchábamos en la esquina, y yo mirando la calle cómo si de ella
esperara respuesta no la volví a ver pasar por ahí, ¿la habría devorado la mano
negra con el implacable golpe de un tiro en la cabeza? Se me erizaban los pelos
de solo pensar en la posibilidad, varías veces recorrí las calles buscando sus
pequeñitos ojos en el cano pavimento nocturno, bajo la mancha sombría de los
arboles, devoré el cemento durante mucho tiempo mientras me resignaba tristemente, vale que no vuelve me
dijo Peyo, mañana Sábado es la fiesta de Alfonso, allá consigue una buena
hembra, no le dé mente a la mona, pero fíjese el que si apareció fue el Edgardito,
el pendejo disque se fue a vivir a la casa de su tío favorito al norte, pero la
mamá disque no quiso decir nada pa’ que no lo fuéramos a buscar, sabes que él
andaba en la lista de la mano negra, a ese seguro si nos lo pillamos allá.
Decidí hacerle caso a Peyo y
pillamos pa’ la fiesta, hombre si Alfonso era un pelao bien relacionado, vivía pal
norte, por allá hay nenas buenas, unas monitas muy bacanas, muy finas, debía
mentirles pa’ poder levantar una esa noche, así que pillé la pinta mas buena que
estrené en Diciembre e iba a meter la
carreta de que ya estaba en la
Universidad, yo sabía que tocaba mentir, yo había tratado siempre de ser
honesto y las viejas siempre me abrían, es que nadie quiere a un honesto sin
gloria.
Llegamos a la fiesta y sí que estaba llena de
hembras buenas, mamacitas, muy bacanas las pelas, ya estaba yo echándole ojo a
una y por allá estaba Edgardito, ve que lo pillé con una mona, ¡maldita sea! No
era una mona cualquiera, era la mona, sí, Maribel, Martica o Mariana, era ella colgada del cuello de Edgardito, !el muy perro ese! y se besaban, ¡qué mierda! Le mordía el labio, así que le
gustaban los hijueputas, así que le gustaban los marihuaneros, eso le gustaba a la muy pendeja, los traquetos
viciosos, los pecuecas, pues tenga que
le voy a enseñar, ahora sí que le haré caso a Peyo me le voy encima... y así
lo hice y le agarré el culo delante de
todos en la fiesta, delante de Edgarito quien me partió la cara y me daba
patadas, ahí mas na’ recuerdo, amanecí en mi casa y me levante adolorido pero
con el placer de haberle metido mano a la hembra, ¡maldita sea! Me dolía la
nariz, me miré al espejo y así fue todo, ya yo no tenía el tabique.
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Por: Carlos Gómez S. |
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